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  • Foto del escritorChema Sánchez

Testimonio de un joven hipocondríaco

Actualizado: 22 abr 2022

A Álvaro

Te cuento esto porque sé que sólo tú me creerás. Te lo cuento porque ni yo lo creo, no tengo el coraje para hacerlo. Pero sí para sentirlo, porque algo no es mentira, y es que este dolor en mi cabeza duele como la chingada. Es decir, como una rata sarnosa masticando mi cuero cabelludo; o como una medusa molesta que busca electrificar al primero que se le cruza; o como una madre que te tira del pelo y luego te avienta. Sé que lo entenderías, aunque tampoco espero que comprendas el por qué. Previo a la fiebre que antecedió mis atropellos de choya, la fiebre que me mantuvo sudando frío casi dos días seguidos, que me hizo temblar como mil orgasmos inversos y que curiosamente causó mi delirar con Julio Revueltas y su Nostalgia por la humanidad, ocurrieron varias cosas de las cuales podría robarme un chivo expiatorio. Una de ellas, la que es menos elaborada y que cualquier persona en su sano juicio tomaría como razón irrefutable, es que tanto te vi a ti como vi a otros dos, tres, cinco cabrones sudar y respirar hondo hasta acabarse todo el aire de una sola habitación en menos de lo que dura la interpretación de un grito Morrison. Pero claro, no sueno como una persona en su sano juicio. Eso sin contar el otro avorazado que ya estaba sentado en el carrito de hamburguesas antes de nosotros, la mujer grasienta que nos las sirvió, el padre y/o secuestrador con la boca al descubierto que jugaba con sus hijos y/o víctimas, el borracho del Oxxo detrás de mí mientras compraba los cigarros, el policía que lo animaba a seguir pisteando a la par que elogiaba su corbata de cartón colorida, la pareja que caminaba frente a mis ojos de regreso a casa de Luis, en general el gentío invisible y repugnante que vive en esta ciudad y que deja su olor impregnado en las paredes recién mojadas por la lluvia...

Perdona. He de admitir que en mis peores momentos, ganas no me hacen falta de rociar gas lacrimógeno por la ciudad hasta que cada rata y cucaracha que se hace llamar judío, católico, poblano, sueco, burgués, proletario o ser humano se halle muerto.

Verás, esos son mis pensamientos mientras me golpeo la sien contra la pared, mientras me pellizco los pezones con las uñas y me aprieto un testículo como si exprimiera un limón. Necesito cualquier cosa, cualquier tipo de dolor, pero que me distraiga de este taladro imaginario en la parte derecha de mi cabeza. Me tambaleo migrañoso por las escaleras y pienso, quizá me dio el virus, quizá esas pinches hamburguesas tenían algo, quizá la marihuana me afectó el cerebro. Pero entonces recapitulo todos mis síntomas, ya estando dentro de mi regadera, y percatándome de que el agua fría en mi cabeza no me hace sentir mejor, se me viene a la mente algo que suena descabellado, y que sin embargo, me hace sentido.

Tengo un tumor en el cerebro. Claro, es eso. La pérdida de memoria, la repentina dificultad para resolver operaciones matemáticas, la vista borrosa, los mareos, la fiebre, las punzadas malditas en mi cráneo. Ni siquiera espero a salir de bañarme. Tomo el celular sin miedo a mojarlo y busco síntomas de un tumor cerebral. Escucho tu nota de voz entonces. Y lloro.

Lloro porque me duele. Lloro porque quiero que esto se detenga, y no ocurre. Lloro porque no quiero tener un tumor. Lloro porque sí.

Te quedan seis meses de vida. ¡Pero doctor! Es cáncer, es incurable. ¿Qué excusas son esas? No lo sé, no soy médico, soy pobre, no puedes pagar el tratamiento, estamos jodidos. Seis meses.

Oh, mis ojos se iluminan. Si tuviera seis meses de vida... Si pudiera mandar a la chingada todas mis responsabilidades y excusarme con el paso cada vez más cercano de la muerte. Si pudiera decirle a esa hermosa pero detestable joven aburguesada: "me voy a morir, pero sé que ni así vas a dejar que me acueste contigo; así que lo mejor será despedirnos." Si pudiera besar una vez más a esa chica, aquella que me dejó, que en realidad nunca me sujetó, que al final yo la solté, y recitarle: "ven a vivir conmigo seis meses. Aquí podemos hacer lo que quieras. Aquí puedes pintar si gustas. Ten, te regalo mi cuarto. Ten, te regalo mis paredes, son tuyas. Las pinté de blanco sólo para que tú las llenaras de vida, de ti. Te regalo mi cama, te regalo mis libros, te regalo a mi madre. Te regalo mi vida. Pero déjame tener la tuya por seis meses." Sólo así. Sólo así el dolor se esfuma.



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