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  • Foto del escritorChema Sánchez

De flautas y mariposas

Velan las flautas, como quien sostiene el viento con los labios y los labios con el silencio. Velan, como los sueños que no se convierten en pesadillas, como ciegos en altamar y como el reproductor de música que se ha quedado encendido toda la noche. Se tuercen entre sí las flautas y sus suspiros, sus cantos de miel y sus brincos de saltamontes; son risueñas, quisquillosas, acaso pueriles, quizá todo lo contrario. Así velan las flautas, como niños jugando en el centro de la luna, nubes que mueren de envidia, y rostros pálidos en verano.

Sueñan las memorias, como quien alza la mirada un segundo y comprende que no puede girarla. Sueñan, como las mariposas al abandonar su capullo, como quienes dibujan mundos ajenos y como el percance que acabará con una duda. Se besan las memorias y fungen como excusa para amar; son coquetas, dulces, quizás ingenuas. Así sueñan las memorias, como las oníricas notas de una lira desafinada, vinos que se derraman sobre letras, y tragedias griegas que viven el posmodernismo.

Mienten los ojos, como aquel que reside en un pueblo fantasma y se dice solo, huérfano. Mienten, como las cadencias que terminan por romperse, como días nublados y como la lengua extinta de algún pueblo milenario. Se cierran los ojos y lloran paz; son melancólicos, susceptibles. Son poetas. Así mienten los ojos, como una flor sin pétalos, voces que nunca llegan a ciertos oídos, e ilusiones primitivas tras un instinto civilizado.

Sí,

mienten las flautas, mienten como un juego que sucede dentro de la luna, como memorias que se nublan de duda, como poetas que aman y derraman letras sobre vino.

Sí,

sueñan las flautas, sueñan como quien vela tragedias y pueblos fantasma, como la resurrección de los viejos idilios, como un perfume perdido y un sentimiento prohibido.

Sí,

velan las flautas. Velan una noche eterna y sostienen en sus más altas notas la risa de un recién nacido. Velan por los que ya no están, velan por quienes lo necesitan. Velan por un cuento, acaso velan por tus ojos.

Quieren las mariposas, como quien quiere cabellos que nunca terminan, cabellos de noche y cabellos desvergonzados. Quieren, como el viento que lleva algo de hermoso en él, como cascadas tibias y como la promesa de un mejor destino. Se miman las mariposas y sus alas, sus vuelos de colores y sus miradas profundas; son curiosas, fisgonas, tal vez indiscretas. Así quieren las mariposas, como dos amantes que aún no se conocen, melodías que no existen, y confusiones que hacen sentir bien a uno.

Mueren los astros, como quien se queda absorto en un collar sencillo, un collar que aparece cuando quiere, y cuando no, se pierde. Mueren, como un desvelo de marihuana y bossa nova, como luces que parpadean y como las canciones de cuna que nunca llegaron a cantarse. Se enamoran los astros y se estremecen frente a agujeros sin fin; son viejos, serenos, quizá también: temerosos. Así mueren los astros, como seres divinos que han dejado de creer en la mitología, adornos que siempre han estado allí, y que hasta ahora pueden verse.

Recitan las voces, como quien se levanta a media mañana y busca entre las sábanas un pendiente deslavado. Recitan, como las aves que hallan nidos rotos, como la fría ventisca de una mañana que no estaba escrita en los registros de la historia y como un coro de niños castrados por la Iglesia, castrados por su padre, castrados por Dios. Se pierden las voces y rezan por un recuerdo, un olvido; son cálidas, son frías, son calladas, son ruidosas. Son flautas a fin de cuentas. Así recitan las voces, como mariposas que prometen confusiones, como collares que buscan cabellos, y flautas que velan por no tener dueño.

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