top of page
  • Foto del escritorChema Sánchez

Así me lo dijiste

"Una vez me dijeron que no crees en Dios;

así que cuando mueras, espero no vayas al Cielo,

espero no mueran tus sueños,

espero vayas a un lugar bonito."


Así me lo dijiste. Así me lo dijiste el día en que atravesaste la calle y el camión se llevó nuestros recuerdos. Así se quedó, escrito en una libreta hasta entonces vacía, en un regazo invisible, en el ruido de la calle y en el caer de las hojas; como importando nada. Pero como aquellos entregados y comprometidos románticos, como aquellos patéticos y adolescentes besos, decidí llorar de todas formas, y no hacer caso a la impavidez de las tardes. Supongo que siempre fuimos así: rebeldes, insurgentes, acaso estúpidos. Y sin embargo ahora he decidido no reír, no otorgarte ni una palabra, pero tampoco un silencio. Pues la música, alguna vez escuché, es también el espacio entre las notas; y para nosotros siempre fue así: nuestra música no fue sino el silencio entre nuestros cantos, el hueco entre nuestras voces, los vacíos en el teatro. ¿Y cómo no ceder ante eso? ¿Cómo no caer ante aquel que no emite un sólo ruido? ¿Cómo iba yo a hablarte, si de hacerlo no te habría escuchado?

Pasó poco tiempo hasta que la insurgencia terminó por esfumarse. Los relojes pronto dejaron de marcar la hora y no hubo manecillas a las cuales mirar durante las noches de vela. No hubo tampoco callejones que recorrer ni grafitis que fotografiar, pues ya tampoco hubo el breve destello en tus ojos al ver alguno. Y yo, yo también me fui. ¿Quién sabe? Quizás yo fui la primera, quizá nunca nos retiramos del todo. Recuerdo aquellos últimos viajes, el suelo oaxaqueño y las calles insólitas; recuerdo que de mi cabeza no salían tus manos ligeras, delicadas, y que las mías me parecieron particularmente chuecas, mis dedos torpes. Tampoco era de extrañarse. Tú fuiste siempre el pianista, y yo tu necio acorde suspendido. Tú el de los poemas a medias, yo la metáfora sin terminar de un verso que sólo tú entendías.

Nunca te reproché nada, porque tampoco hubo qué reprocharte. Acaso nos hacíamos reír, acaso nos hacíamos el amor, éramos como compinches que sabían de su propia ironía y decidían burlarse de ella en secreto. Y justo así fue la noche que decidí entrar en aquella taberna de mala muerte y rock argentino: estoica e impasible. Encontré en el pulque cierto sabor a guayaba vieja, a nostalgia impropia y labios acaramelados. Busqué entonces hogar en la terraza que comenzaba a llenarse pasada la media noche, busqué cobijo entre la bohemia de los escritores frustrados y los artistas condescendientes, busqué calor frente a la fogata, rodeada de jóvenes fumadores y mujeres que, como yo, habían optado por guardar sus cajetillas a la espera de un caballero que les ofreciera su cigarro —era un acto digno de comedia, una caricatura de aquellos burdeles mediterráneos del siglo pasado—. Y entre el hogar, el cobijo y el calor que yo buscaba, encontré también el amor que ni yo misma recordaba con tanto furor. Así, no hizo falta esperar para que aquellos nuevos compinches, aquellos nuevos títeres —¡los personajes de tu novela perfecta!—, comenzaran a hacer uso de sus estupefacientes y soltaran a su vez las ideas más ingeniosas del siglo. No hizo falta esperar a que probara de nuevo la marihuana y mis gestos se tornaran en una amalgama de fascinación y carcajadas. Color Humano, Crucis y Espíritu sonaban a lo lejos, repercutiendo entre el fuego de aquella fogata y las luces iridiscentes que parecían flotar sobre nuestros párpados. Un hombre, quizás el más viejo del círculo, comenzó a narrar el argumento de su próxima obra de teatro; una mujer, en cuyos cabellos colorados y su delineado interminable me hallé absorta, leía un poema de versos inagotables con una única frase de cierre: "Y así como así, te vas;" y un adolescente, acaso el más joven del grupo, intentaba ganarse el respeto de sus acompañantes hablando de la obra de de Artaud en nuestra contemporaneidad. Y yo, yo sólo esperaba a que el encargado de la música reproduciera aquella vieja canción, de buena memoria.

Entonces, se hizo la música.

Así me lo dijiste, con tres acordes y un cuarto a contratiempo, con una guitarra agraciada y un bajo inconfundible. Me lo dijiste con la voz de tu artista favorito, me lo dijiste aún cuando las jacarandas florecían y cuando los libros lo eran todo. Me lo dijiste en la lluvia, cuando los tigres ya se veían. Fue así que terminó la velada, sin un silencio, con un borracho intentando apagar la fogata, y dardos que nunca dieron al blanco. Así me lo dijiste, y así como así, nos fuimos.



75 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo

Comentários


Publicar: Blog2_Post
bottom of page