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  • Foto del escritorChema Sánchez

Reseña: El caballero de la armadura oxidada

Actualizado: 21 jul 2022

Siendo una historia fantástica que se ambienta seguramente en la Edad Media, es curioso encontrar grandes pensamientos de la filosofía de finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI. Esto es, quizá, lo que los llamados millennials consideran como filosofía; en lo personal, lo encuentro más como mensajes de autoayuda y desarrollo personal. Un desarrollo que si bien no me parece erróneo, llega a sufrir la tendencia a los ideales modernos de la salud y el bienestar, tanto físico como emocional, y que constantemente la población —en especial los adolescentes— asumen como el único discurso verdadero y viable. Ahora bien, acerca de los temas que el protagonista, nuestro caballero encerrado en su propia armadura puede enseñarnos a la par que los afronta, se encuentran tópicos clásicos de la autoayuda, así como de la inteligencia emocional y el desarrollo. Un ejemplo claro de esto es la definición de identidad del caballero: esa necesidad suya de hacerse de una imagen respetable, algo por la que estaría dispuesto a adentrarse en castillos y salvar princesas, algo por lo que mataría y se haría un hogar de metal. Y todo esto con tal de alcanzar un ideal de grandeza y reconocimiento social. Lo primero que nos muestra el libro es que estos mismos ideales han de ser, si bien no del todo refutados, cambiados por una grandeza interna, una personal. El caballero emprende un viaje, sin saberlo siquiera, para alcanzar este mismo éxito y altitud, la felicidad plena —parece ser— a través del conocimiento verdadero de sí mismo, siendo no este el adoptado anteriormente: un frío y valeroso caballero dispuesto a salvar damiselas en apuros como único propósito —lo cual sobre esto también cabe resaltar que la novela nos muestra algo valioso: las personas no pueden ser propósitos, sino que están allí para ayudar a alcanzar estas metas—. No obstante, aunque no difiero del todo con estas ideas, tampoco puedo apoyar tales sentencias. La tesis socrática hace su aparición con su famoso “conócete a ti mismo” —por lo cual parece que nos remontamos no al desarrollo personal del siglo XXI, sino a la filosofía clásica del siglo V antes de Cristo—, haciéndonos clara la búsqueda de un Yo Verdadero. Mas me pregunto yo, ¿cuál es este ser intrínseco, esta esencia nuestra o esta persona que vive dentro de nosotros aguardando a ser conocida? ¿Acaso no se trata de una imagen en constante cambio, de una serie de máscaras y semimáscaras que se intercambian incesantemente? Dudo altamente que exista una Verdad absoluta universal, ¿por qué habría de haber una Verdad tan diminuta entonces sobre cualquier persona? Y tratándose de una Verdad propia, ¿qué búsqueda debe surgir para hallar lo inhallable, lo incierto, lo falso? Así mismo, si deben de obedecerse ideales de uno mismo y no aquellos que nos dictan los definidores de Verdad, ¿por qué hemos de aspirar a la grandeza, ya sea externa como interna? De nuevo se encuentra allí el arquetipo griego, académico, capitalista en ciertos casos, que nos incita a crecer y producir. Acaso como un modo de beneficiar a alguien más, acaso como un juego de la Voluntad, o bien quizá como recompensa, como motivación al millón de Sísifo que somos nosotros subiendo cuesta arriba una roca. Sin embargo el personaje mitológico estaba condenado, ¿es que nosotros lo estamos también? ¿O bien podríamos tirar la roca por la montaña, cuesta abajo en dirección contraria al crecimiento mismo? Tal vez, sólo tal vez, es que los ideales nos condenan. 

El caballero se propone una meta, y es salir de su dura armadura con tal de que su mujer e hijo amen de nuevo, con tal de evitarles la pena de estar escuchando el rechinido del metal y sentir el frío del yelmo. De nuevo, se nos niega que el caballero esté en lo correcto haciendo esto, pues para salvar a alguien más, primero ha de salvarse a él mismo, tanto como la muy famosa frase: “para amar a alguien más, primero has de amarte a ti mismo.” ¡Y qué poco original ha sido esto! Creo yo que primero habría que definir lo que para cada quien es amar, y esto incluye al punto de vista también de la psicología, de la química, de la filosofía, del arte, y del discurso del desarrollo. Evidentemente, por carencia de experiencia, tanto como de tiempo y motivos, esta definición no se dará aquí, ahora ni nunca. Si bien podríamos citar a Platón con su teoría de las formas y sus conceptos ideales, lo único que conseguimos es darle una propiedad discursiva a la falta de discurso, hacemos de la no-Verdad y de la falta de esta, una Verdad por sí sola. Paradójicamente cierto, o incierto desde otras vertientes. A lo que pretendo ir es a la falta de fundamentos que una afirmación como “ámate a ti mismo” pueda tener, tanto como cualquier otra afirmación de este tipo. Y entonces aparece, no el dilema del caballero sino del lector: ¿es que los actos del caballero pueden ser justificados, es que su propio egoísmo debe de ser curado —si se tiene la consideración— y atendido, o es que él ha de quedar condenado, su familia desatendida ayudada, y seguir dándole prioridad a un sujeto o personaje? ¿Es que hay que culpar? ¿Es que hay que apoyar, o no hacerlo? De nuevo, ¿justificar? 

Los obstáculos que se atraviesan en el camino del caballero al cruzar los tres castillos y escalar por el sendero hasta la cima de la Verdad logran aprisionarlo cada vez más en su individualidad, perdiendo al parecer el contacto con el mago Merlín, los animales que lo acompañaban y quedándose solo dentro de su armadura con una voz que le habla en todo momento; muestra quizá no del desarrollo de su comunicación con los demás, sino de la valoración de la misma, así como el sentimiento empático al comprender exponencialmente el impacto que su sola presencia causaba en las demás personas. Culpa, enorme culpa, ya que la imagen creada por él mismo resultaba traicionada en su individualidad. Y de ese modo, irónico totalmente, termina el libro; habiendo superado los retos y los obstáculos, habiendo no comprendido su Verdadero Ser, sino cambiándolo todo, reorganizando en su totalidad su mundo interno y aprendiendo de este, para por fin conectarlo con el exterior. De nuevo, la grandeza externa, universal, en cuyo único vínculo parecía estar, de manera acaso platónica o sencillamente ideal, el amor.


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