Una nuez ha caído de su árbol. Era tiempo ya; además, todos lo esperaban con impaciencia. Muchos creían que lo que saldría de aquella dura cáscara sería un fruto suave y dulce, contrario a las ásperas paredes en las que había estado encerrado todo este tiempo. Claro está que nadie esperaba la abertura de la cáscara tan sólo para admirar lo que había dentro, sino para comerlo. No era un destino muy agradable para la pequeña nuez acabar dentro de la garganta de alguien, mas por suerte para esta, las cosas no serían así. No, pues cuando cayó de su árbol y su cáscara se hubo roto, se dejó ver que lo que había dentro no era nada más y nada menos que un fruto seco y sin sabor, una insípida, carente de vida, y pálida nuez. Y gracias a eso, a su poca aportación a este mundo y a su falta de encanto, la nuez vivió.
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