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  • Foto del escritorChema Sánchez

Granada

Actualizado: 20 may 2022

Recuerdo cómo solían quererme. Recuerdo sentir el respaldo acolchonado de su silla con mi espalda, el mantel de seda debajo de mis manos. Recuerdo los días lluviosos antes de esto; Dios mío, cómo los detestaba. Recuerdo tener entre mis manos la plata, entre mis dientes muslo de ángel, frente a mis ojos, un Lucifer adiestrado. Cómo olvidar las caminatas al atardecer, y no el olor a estiércol sino a pueril enamoramiento. Cómo olvidar la suave palma de los gigantes, que en días cansados me sostenían y elevaban a su hogar el cielo. Ahí, donde no existen huevos dorados ni frijoles mágicos, sino meros secretos y susurros tras las paredes; ahí, donde el césped no crece, y la lluvia viene del suelo.

Sí, recuerdo las flores. Recuerdo cómo las marchitaban, cómo las machacaban, cómo se las tragaban. Recuerdo cómo los pétalos de sus senos se volvieron espinas, y cómo la magia de los grifos se tornó en ladridos de Cerbero, un Cerbero viejo, un Cerbero blanco con manchas negras, un Cerbero cansado, uno que ya lo había visto todo. Sí, sí, recuerdo cómo los árboles se les hicieron cada vez más pequeños, cómo eventualmente me los echaron encima. Recuerdo que me comían; me comían a besos.

Pronto me hice uno con el musgo, uno con el vino, uno con el pan: madre histérica, padre ausente, hijo enfermo... hija amada, todos hambrientos. Me arrancaron la piel, me amputaron los brazos, me mutilaron mi amor. De ese amor que duele, de ese que termina devorándote. Mutilaron mi carne, engulleron mis miembros, escupieron mi lujuria. Desde entonces los animales tienen algo de muerte en su mirada. Desde entonces, adoro los días lluviosos.


Ilustración: Amaury Gracidas.


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