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  • Foto del escritorChema Sánchez

La mapache y el cacomixtle

Actualizado: 22 abr 2022

Para Abi

Estrellita, Manuel Ponce

No hace muchas décadas, a las faldas del Iztaccíhuatl, vivía dentro de su arboleda una pequeña, regordeta y dulce mapachita. De día descansaba; debajo de sus ojitos yacían sus marcas de desvelo, el negro de la noche misma. Y dado que esta mapachita no podía conciliar el sueño, era durante altas horas, con las estrellas por encima y entre las tinieblas, que salía a buscar su alimento para el siguiente día. Trotaba sobre las ramas, pisaba tímidamente las semillas y las raíces. Prefería caminar a dos patas en ocasiones para poder sentir el viento correr por sus almohadillas, y cuando en su camino encontraba alguna baya o bellota, la tomaba tranquilamente con sus dientes y se recostaba dentro de un arbusto para comerla. 

A unos kilómetros de aquella arboleda donde la mapache se había acostumbrado ya a vivir, inexplicablemente un torpe cacomixtle se abría paso por las ramas, escalaba árbol tras árbol, dejando caer tras de sí hojas, polvo y algunos retoños. Cierta noche, mientras el cacomixtle corría por las ramas buscando su madriguera, la tierna mapachita escalaba un árbol en busca de alimento. Cuando esta hubo tomado una pequeña nuez, el cacomixtle, habiéndolo visto todo y sintiendo una gran fascinación por la nuececilla, se lanzó a por ella y empujó a la mapache al suelo. Torpe cacomixtle, logró que ambos animalitos se desplomaran en el césped tras una gran caída. Rápidamente el cacomixtle se dirigió a la nuez, mas al masticarla un poco, se deshizo de esta lanzándola al vacío. La mapachita quedó asombrada con lo que sus oscuros ojos tenían en frente, estaba absorta en el cacomixtle, en su cola anillada y su rostro felino. ¡Qué animal más hábil, qué criatura tan magnífica, con qué facilidad se le daba vivir! El cacomixtle tan sólo se acercó a la mapache, la olfateó de pies a cabeza, asintió y siguió su camino. 

Así, atónita y sin sacar al cacomixtle de su cabeza, la mapache terminó su noche. Por su parte, el otro animalejo regresó a dormir pronto en su madriguera improvisada. Al día siguiente, el cacomixtle hizo su habitual recorrido por el bosque, oliendo la tierra mojada y las flores; fue entonces cuando se detuvo en seco al observar, dentro del agujero de un enorme árbol, a su antigua amiga mapachita durmiendo plácidamente. La larga cola del cacomixtle se alzó y sus ojos se dilataron. Se acercó a mirar a la mapache durmiente, sus diminutos párpados se confundían con su pelito. Ella volteó la cabeza de manera inconsciente y mostró los dientes. El cacomixtle sonrió, y sin saber bien por qué, inició una rápida búsqueda por semillas, bayas y frutos secos. Cada alimento que el animalito encontraba lo tomaba y cuidadosamente dejaba reposar frente a la dormida mapache. Exhausto acabó el cacomixtle, sin embargo al término del día pudo recolectar suficiente comida para él y para su amiguita. Cuando la mapache hubo despertado antes del anochecer, con tremenda sorpresa se encontró al ver su cena ya servida, y con uno que otro rasguño o marca de dientes en la comida. Pareció un gesto burdo, pueril o absurdo, pero la mapachita se sintió realmente venerada. 

Durante varias semanas, meses incluso, fue así la relación entre la mapache y el cacomixtle. Cuando al fin pudieron entablar una conversación, fue la mapache quien le dijo a su compañero: “Dime, querido cacomixtle, ¿eres real? ¿qué haces aquí? ¿cómo has llegado a este bosque? Pero más importante, ¿me quieres, cacomixtle?” Su cola anillada se enroscó y tímidamente respondió el cacomixtle a las interrogantes de la mapache: “Sí, te quiero, dulce mapachita.” 

No obstante cierto día el bosque entero se sacudió, los árboles cayeron, las plantas murieron y el aire se tornó impuro. El sonido de las máquinas azotaba la arboleda de la mapache, y muy brillante fue ella al decidir empacar sus ramitas e irse. 

“¿Qué haces, mapachita? ¿A dónde vas tan apresurada?”, le preguntó preocupado el cacomixtle.

“Migro, querido cacomixtle. Debo irme, y deberías hacer tú lo mismo. No perteneces aquí, te esperan cosas grandes en tu hábitat, en la santísima tierra de los cacomixtles,” respondió la mapache con algo de nostalgia y sin embargo determinación, pues le deseaba lo mejor a su amigo del alma. 

Así fue, la mapachita huyó, pero el necio cacomixtle se quedó en el bosque. Años pasaron y el lugar se transformó en un árido pastizal, con pasto seco y árboles deshojados. Cientos de cacomixtles poblaron la zona, pero la colilla de nuestro animalito se sentía triste y desolada. Finalmente hacía aquellas cosas naturales para el cacomixtle, daba grandes saltos con otros animales, se alimentaba decentemente; el cacomixtle era, finalmente, él mismo. Mas un día pensó: “Esto no es para mí, yo no pertenezco aquí.” Nuevamente el cacomixtle emprendió un viaje para encontrar a su amiga mapachita. Pasó día y noche buscando, durmiendo entre rocas y comiendo insípidas nueces. Tras consultar a un sabio zorro, a las aves cantoras y a la vieja y malhumorada ardilla, el cacomixtle dio por fin con la mapache. Para sorpresa suya, mientras ella dormía en su nuevo árbol, bella y radiante como siempre, había ya una aglomeración de bayas y semillas. De entre los arbustos salió un joven, propio y elegante conejo dando saltos pequeños y educados, procurando no romper las ramitas del suelo para no despertar a la mapachita. El cacomixtle sintió los latidos de su diminuto corazón desacelerarse, así como su colita desbaratarse y sus orejitas caer. Condenado conejillo, dijo el cacomixtle, pero luego se arrepintió de sus pensamientos. 

Luego de esto el cacomixtle buscó una cómoda madriguera cerca del árbol de la mapachita. De noche él dormía, y de día bendecía al árbol por darle un hogar a su vieja amiga. Se acercaba a la mapache y sonreía en silencio, dejando que el conejo se encargara de recolectar comida. Así, como un fantasma o un animal invisible, el cacomixtle pasó el resto de sus años. Y aunque la mapachita nunca olvidó a aquel gran amigo que algún día tuvo, estos dos jamás volvieron a verse. Pero pensando el cacomixtle en la mapache, y la mapache en el cacomixtle, dieron todos los días y todas las noches, hasta el fin de sus tiempos, una sonrisa a las estrellas. 



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