El pez globo

Nuestro camión parte a tiempo, las nubes nos acompañan junto con los peces del cielo, alados y cantores. Nuestro camión se va, no se detiene, no hasta ver la sonrisa dibujada en nuestro rostro. En el tuyo y en el mío, Mónica; en el nuestro, niño. Leo, mis ojos rebotan en sus cuencas por los hoyos y parches que tiene la calle. Pero no importa, porque Rosario Castellanos me mantiene distraído, ocupado. Sus escenarios me transportan fuera del camión, me elevan con el resto de peces, y pronto me dejan caer. Y sin darme cuenta siquiera, hemos llegado. Aquí hemos de estar, en el acuario; sólo aquí.

Me acerco a Amalia y entablo una conversación ingenua, inocente. Recuerdo cuando ella era mi maestra, y yo no su efímero asistente. Admiro con grandes ojos cómo cuida al resto de criaturas, fantaseo con ser una de ellas. Y perdido en su piel blanca, pienso que alguna vez ella me cuidó de igual forma. Entonces me trae de vuelta al mundo mostrándome al niño, mi pequeña encomienda. Niño, pequeño y frágil. Me siento con él, quiere desayunar conmigo. Saco de su diminuta mochila un monito de peluche, lo asomo apenas por el cierre, alza un brazo y se esconde. El niño ríe, ríe dulcemente, como nunca lo había visto. Lo he hecho reír, he hecho reír al niño. El monito sale de nuevo y bebe de su yogur. El niño coloca su mano sobre él, lo acaricia. Luego lo roba, juega con él. Y yo sonrío, lloro por dentro. Niño mío, déjame cuidarte, déjame ayudarte.

Así, él y yo comenzamos a caminar por los pasillos del acuario, por los arrecifes y las corrientes, por la jungla y el mar abierto. Pero él sólo quiere ver un pez, el niño sólo quiere conocer una especie en todo el basto mar; sólo así estará satisfecho. No yendo a las profundidades, no excavando en la oscuridad, no hallando la Atlántida ni los restos de Poseidón. Para él, la felicidad se encuentra en la hinchazón de un pez globo. Pez globo, pez globo... Pero ven, niño, que hay muchas cosas que ver. Observa esas mantarrayas, mira cómo nadan, cómo vuelan. He ahí unas medusas, niño, y por allá una anguila. Siente cómo te muerden estos pececillos… ¡pero cuidado, no los apreses en tus manos! Mira el banco de sardinas, los crustáceos, los caracoles y las anémonas. Te reto a contar las ranitas, niño, a que no puedes con todas. O las viboritas de agua, quizás esas sean más sencillas. Te gusta hacer burbujas, ¿cierto? Ven por acá, toma a las tortugas, acaricia a las nutrias. Déjame tomarles foto, niño, son para Mónica. Sí, para ella y nadie más. Adorarás a Mónica; ya la adoras.

Ya te adora. Te adora como mi cámara se aficionó a los ajolotes, te adora como a los tiburones y a los camarones. Te adora, sin más. Te, adora, como al pez globo.

Pienso que el niño y yo nos complementamos, somos el uno para el otro, quizás uno mismo. Nos hemos perdido juntos, nos hemos apartado del grupo, pero estando los dos en un sólo lugar nada es imposible. Sólo una cosa: el pez globo. Pez globo, pez globo. ¿Dónde está el pez globo, niño, dónde está? Pez globo, pez globo. No, niño, no te vayas aún. Espera, espérame… No me dejes así, no crezcas, no renuncies de una vez. niño, ¿a dónde vas? Escucha: escucha al mar, escucha las olas, escucha la corriente, escucha las conchas, escucha los lagos, escucha la lluvia, escucha el agua, escúchate a ti. Ve entonces, sé libre. Ahora seremos libres tú y yo.

Corro en busca del pez globo, corro en busca de su felicidad. Corro como loco por todo el acuario, preguntando a cualquier persona que se me cruce dónde puedo encontrarlo. Mi pez globo, nuestro pez globo, tu pez globo… No está, no existe, nunca ha existido. Es un invento, niño, te lo has inventado, te lo has creído. Sácatelo ahora de la cabeza, aniquílalo…

No.

El pez globo espera. Espéralo, niño, prometo dártelo algún día. Ve, ve con tus padres ahora. Ya nos veremos pronto. Ya se hincharán los peces en el mar, ya habrá criaturas que ver, cuando todo caiga, cuando todo muera. Ya habrá promesas, niño. Espéralas.