Hay una puerta cerrada,
fértil manto
brotado de esperanzas,
de jóvenes y bellos
pistilos de consciencia.
Hay una puerta
nostálgica e insomne
postrada junto a un sauce,
cuya sombra cobija
los últimos suspiros
de inocencias moribundas.
Boreales reflejos
se emborronan fugaces
en la oscuridad irídea
que los párpados desnudan.
Inunda el sonido
los oídos de una tarde
sentada al filo del horizonte,
cantando despedidas
a naufragio.
Cada vez más pronto
se hace la noche
sobre rostros aletargados
y, de entre la lúgubre
infinitud de la penumbra,
emerge el selénico claro;
trasluciendo el aura de muerte
que habita al fondo de las miradas.
Hay una puerta cerrada al tiempo,
eterna tras esferas abismales;
y frente a esa puerta,
un hombre en llamas.
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